domingo, 15 de febrero de 2009

"Yo margino, tú marginas"

El que ha sido declarado enfermo de lepra andará harapiento y despeinado, con la barba tapada y gritando impuro, impuro. Mientras le dura la lepra, seguirá impuro, vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento" (Lv. 13, 45-46). Así vivían los leprosos, es decir, los aquejados por diferentes enfermedades de la piel, repugnantes y contagiosas. Eran excluidos de la convivencia en sociedad, sin ningún miramiento. Y sólo se les permitía que, a gritos y desde lejos, pidieran limosna cuando divisaban un transeúnte. ¡A ver si había suerte y les dejaban algún alimento al borde del camino! Parece una página sensacionalista de una época pasada, una costumbre ancestral de una cultura ya superada. Y, sin embargo, no es así. Ustedes saben que, más o menos, siguen existiendo -y permítanme la expresión-, los mismos perros con distintos collares. Nunca como hoy se habla tanto de los derechos humanos, de la radical igualdad de todos, de que la más elemental justicia exige la igualdad de oportunidades. Pero del dicho al hecho... Porque resulta que un somero análisis nos dice que el hombre-individuo, es decir, yo, tú y él, vamos por la vida marginando, haciendo nuestra particular selección de las especies. Y la sociedad como tal, lo mismo. El hombre individuo. Se podría dibujar, de menor a mayor, un curioso juego de círculos concéntricos. El más pequeño me retrataría a mí en mi infancia, en mi familia. El segundo, en el ambiente de mi colegio, con mis primeros amigos. El tercero, ya en mi juventud, en mis áreas de diversión y de trabajo. El cuarto, en mi vivir ciudadano y religioso. El quinto... Pues, bien, ese análisis me llevaría a comprobar las claras y lastimosas marginaciones que he ido creando, los muros de la vergüenza que he levantado a lo largo de mi vida. Sí. Estoy seguro de que, en el examen final de nuestra existencia, constataremos que hemos dejado a un lado, como a impuros, a familiares directos, a compañeros y amigos, a vecinos y conciudadanos, a creyentes que han rezado con nosotros al mismo "Padre nuestro que estás en el cielo...". ¿Por qué motivos? ¿Cuál ha sido su lepra? Uno quisiera encontrar unos móviles serios. Y, en vez de ello, mucho me temo que solamente hallemos las normales dificultades de toda convivencia: las diferencias de carácter y de opinión, las habituales discusiones en que no se miden las palabras, el orgullo nuestro de cada día, etcétera. La sociedad. Y si, como individuo, compruebo con vergüenza que he declarado impuros a muchos seres mejores que yo, como integrante de la sociedad -es decir, como integrante de esa gran máquina que llamamos las estructuras sociales-, compruebo que las marginaciones son todavía mayores. Si hoy no entendemos que se hiciera a los leprosos así de apartados, de humillados, de hundidos, ¿cómo podemos explicar y vivir tan alegres ante esas otras grandes marginaciones de hoy, que son: el racismo que no cesa, el hambre en el mundo frente a nuestro cruel consumismo, el allá te las veas con tu problema con que, en la praxis despedimos al que está en la droga, en el sida, en la delincuencia... Ya sé que es más fácil hacer una denuncia; poner de relieve el mal ayuda, pero no es la solución.
Daniel Padilla

1 comentario:

Anónimo dijo...

Canta una canción "¿Por qué no renunciamos al orgullo, que cierra nuestras almas ante ti?"

Igual aquí esté la clave, en nuestro orgullo y en nuestro "ombliguismo", en ir cada uno a la nuestro creyéndonos que tan sólo lo nuestro es lo mejor...Fácil hablar pero difícil encontrar la coherencia en el actuar. Difícil recordar y practiar "amaos los unos a los otros como yo es he amado". Tal vez, nos tengamos que poner en sus manos, reconocer con humildad que eso de amar a nuestros enemigos no nos resulta tan fácil pero que Él nos de la gracia necesaria para intentarlo!