domingo, 8 de febrero de 2009

"El club de los poetas vivos", por D. Daniel Padilla

La página de Marcos que leemos hoy viene a ser como una hoja arrancada de tu agenda, Señor, la síntesis de una jornada tuya, bien apretada por cierto. Al terminar de leerla, uno siente el deseo de preguntarte: "¿Te cansabas mucho, Señor?". Porque... ¡hay que ver! Estuviste en la sinagoga. Fuiste después a casa de Pedro, a cuya suegra curaste de la fiebre. Al atardecer, "te llevaron todos los enfermos y poseídos". Los curaste de muchos males, incluso expulsaste demonios. "A las cuatro de la madrugada, te marchaste al descampado, para poder orar". Y, al saber, que "todo el mundo te buscaba", dijiste: "Vamos a las aldeas cercanas, para predicar también allí". ¡Así! Pero, si me asombra la cantidad de tu tarea, más me conmueve aún la calidad de la misma, esa sobredosis de amor que ponías en todo. San Lucas, cuando quiso resumir tu labor, escribió: "Pasó haciendo el bien"; o, quizá mejor: "Pasó haciéndolo todo bien". Es como si todas tus acciones las empaparas en una esencia, intangible pero real, de ternura, dedicación personalizada y delicadeza. ¡Cómo trataste a la adúltera y a la Magdalena! ¡Con qué conmovedora sutileza te invitaste a casa de Zaqueo! ¡Qué paciencia en tu convivir con los apóstoles, tan atolondrados! Y eso es lo que más impresiona en nuestros días. Vivimos en un mundo pragmático en el que priman la técnica y el poderío energético sobre las cualidades humanas. Poco a poco el hombre va siendo una ficha, un eslabón para usar y tirar de la gran máquina moderna. Así, el mismo individuo, instintivamente, se parapeta en las reglas del juego y valora su yo en términos de rentabilidad: "Trabajo a tanto la hora. Mi jornada consta de tantas horas. Las cumplo. Y punto". Y me pregunto: ¿Y la poesía? ¿Y la filosofía sin números de los que trabajan sin buscar recompensa? ¿Cómo se paga la entrega de una madre envejecida educando a sus hijos? ¿Cuánto vale la mano de obra de los que, siguiendo el estilo de Jesús, pierden sueño y hasta dinero por hacer arte, cultura, beneficencia, apostolado?". ¿Vieron El club de los poetas muertos? Aquel profesor de literatura, frente a un sistema educativo de normas intangibles, aptas para crear seres de cartón piedra, jugó la baza de sembrar poesía, inconformismo, lucha contra la rutina, aprovechamiento urgente del momento que se vive, cultivo de la utopía. Quería despertar la sensibilidad de sus alumnos, el saber nadar contra corriente, si llegara el caso. La página evangélica de hoy va por ahí. Es un Jesús incansable, que va poniendo poesía en las cosas y ganas de vivir a todos los más hundidos. La segunda lectura de hoy va por el mismo camino. San Pablo, siguiendo al único Maestro, y analizando sus afanes apostólicos, se pregunta: "¿Y cuál es mi paga?" Y, con aquella gallarda nobleza que él empleaba, se contesta a sí mismo: "Precisamente el dar a conocer el evangelio, anunciándolo de balde, ésa es la paga". Tengo que subrayar muy bien eso, Señor: de balde. Tú viniste a la tierra gratis y por amor a enseñarnos a trabajar en gratuidad. Tú viniste a fundar entre nosotros el club de los poetas vivos. Bueno, el club, no. Porque la Iglesia es más que un club. Pero de poetas vivos. Eso, sí. Y muy vivos.

2 comentarios:

Virginia dijo...

Yo también creo que Nuestro Señor es como, o mejor, es más que el profesor del club...porque Él, conociéndonos, nos impulsa, nos anima, nos invita a dar gratis lo que gratis hemos recibido y eso nos da fuerza para nadar contra corriente...necesariamente caminar de la mano de Dios nos tiene que hacer sentir vivos porque Él es nuestra vida...la gracia de su presencia es la fortaleza de nuestro día a día. Que cada una de nosotras viva en plenitud el encuentro y la entrega a Dios.

Aurora dijo...

Sí, nunca me había planteado la similitud con el Club de los poetas....., pienso que Jesús podría ser la imagen de aquel maestro que llega y desmonta las clases magistrales de una universidad, y opta por hacer vida aquello que toca, gran diferencia respecto a la película, sin embargo, ojalá todos tuviéramos el ímpetu y la disposición de aquellos alumnos a querer cambiar, a querer VIVIR.