domingo, 25 de enero de 2009

"En las redes de Dios", por D. Daniel Padilla

Una buena obra literaria -decía el profesor- ha de constar de tres elementos básicos: exposición, nudo y desenlace. La exposición sirve para presentar a los personajes, el ambiente, las costumbres del lugar. El nudo es el momento en que esos personajes, el protagonista, va entrando en algún conflicto, porque ve que unas nuevas circunstancias alteran su vida y le obligan a un replanteamiento de todo. El desenlace es la salida del túnel, la aclaración del embrollo, la toma de una decisión.
Me vienen a la mente estas viejas lecciones, al leer el evangelio de hoy. Allá estaban "Simón y su hermano Andrés echando el copo al lago, pues eran pescadores". "Un poco más adelante, estaban Santiago y Juan remendando las redes". Esa era su vida. Noches de brega y de vigilia, para poder conseguirse el pescado de cada día. Unas veces el lago era generoso. Pero otras, ya lo saben: O les alcanzaba una tormenta -"sálvanos, Señor, que perecemos"- o se cerraban las entrañas del lago: "En toda la noche no hemos conseguido nada". Hasta aquí llega la "exposición". Es como una imagen detenida.
Pero llegó el nudo, la aparición de un nuevo personaje que replanteaba lo hechos de arriba abajo. "Pasando Jesús junto a ellos, dijo: Vengan conmigo y les haré pescadores de hombres". Era una propuesta para una tarea inesperada y desconcertante, muy diferente de la realizada hasta entonces. Una aventura que dejaba al descubierto todos sus planes de seguridad humana: su trabajo, su casa, su familia, su filosofía del "más vale pájaro en mano que ciento volando".
Y hubo que buscar el "desenlace", hubo que decidirse. El evangelio es conmovedor en su relato. Refiriéndose a Simón y Andrés, dice: "Dejando las redes, le siguieron". Con respecto a los otros, añade: "Dejando a su padre Zebedeo con los jornaleros en la barca, se marcharon con él".
Así ha funcionado siempre el Reino. En el camino tranquilo y a veces distraído de los humanos se cruza de pronto la sombra de Dios. O quizá un fogonazo de su "luz", enfocando horizontes nuevos. Automáticamente, sobre ese hombre, aparecen unos cuántos interrogantes. ¿Se acuerdan de la historia de Samuel, que leímos el domingo pasado? Allá estaba él, durmiendo tranquilamente. La voz que escuchó le sumió en el desconcierto, en la duda, en el conflicto. Necesitó la ayuda de su maestro para ver con claridad y decidirse a contestar: "Habla, Señor, que tu siervo escucha".
No son historias de ayer. Hoy mismo, en el deambular rutinario de tu vida, "mientras echas tu copo al mar", o tu copa en el bar, mientras "remiendas tus redes", o te enredas en otros remiendos, puede cruzarse Dios. Quizá, como el pequeño Samuel, no caigas al principio en la cuenta de lo que te está sucediendo. Quizá, sin despertar totalmente del sueño, empieces a dar pasos de ciego. Posiblemente, necesitarás también que te ayude alguien a discernir. Es casi seguro que las redes de tu comodidad, de tu miedo a lo desconocido, de tu "más vale pájaro en mano", se te enreden en los pies, entorpeciendo tu decisión. Puede ocurrirte incluso que se entremezclen en tu mente otras curiosas teorías. Por ejemplo, la de que "a Dios se le puede servir de mil maneras, etcétera".
Pero, por lo que pudiera suceder, vete aprendiéndote este versículo: "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad". Y este otro: "Si hoy escuchan la voz de Dios, no endurezcan vuestro corazón".
¡Y es que Dios "nos enreda"!

1 comentario:

Virginia dijo...

Ciertamente, y gracias a Dios, allí donde estemos y haciendo lo que hacemos..."Dios se cruza en nuestra vida...y nos enreda"...la grandeza es su presencia que nos invita día a día, que nos da valor y confianza para decir sí y seguirle...yo soy partidaria de recordar siempre esas palabras "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad"...pues que así sea, que estemos en disposición para escucharle, para darle respuesta y para testimoniar que en Él hemos visto y reconocido al "Señor de nuestras vidas"