domingo, 8 de marzo de 2009

El Rey de las montañas, por D. Daniel Padilla

Algún misterioso hechizo ejercían las montañas sobre Jesús. Algún acicate suponía en su andadura. O quizá era simplemente un símbolo que él utilizaba para estimularnos en nuestro camino hacia lo alto. Y es que la montaña curte a los escaladores, les obliga al sacrificio y la superación, templa su ánimo, y les descubre horizontes increíbles, tanto delante de sus ojos como en su propio interior. Por eso, Jesús subía a las montañas. Para brindarnos desde ellas caminos hacia "lo trascendente", para enseñarnos a trabajar en nuestra propia "transfiguración". Hoy el Evangelio nos cuenta con detalle su "transfiguración" en el Tabor. Ocurrió ante el asombro y el gozo de Pedro, Santiago y Juan que quisieron perpetuar el momento: "¡Qué bien estamos aquí!". Pero me apresuro a decirles que Cristo no fue el escalador de una sola montaña. Subió a muchas. Y puntuó en todas. Podríamos llamarle "el rey de las montañas". Y si recorren conmigo esta especie de guía de montañismo de Jesús, verán que lo que se desprende de todas sus escaladas es siempre lo mismo: una invitación a bellas "transfiguraciones", la nuestra y la de los demás.
- El monte de la Cuarentena. El Djebel Garantal. Es un monte árido, inhóspito, seco. A su planta se ve el Mar Muerto, todo lleno de sal, asfalto y azufre, semejando una lámina grisácea. A este monte subió Jesús para ser tentado por Satanás. No parece por tanto una escalada gloriosa. Es más bien una página de humillación. Pero, ¡ojo!, que este Jesús que se deja tentar tan descaradamente nos está predicando que la victoria sobre la tentación es también camino de transfiguración. Pablo hablaba de "sacar provecho en la tentación".
- El monte de las bienaventuranzas. He ahí otra cumbre desde la que se nos propone "resplandecer como el sol y como la nieve". En efecto, la puesta en marcha del "sermón de la montaña" y la aceptación del espíritu de las bienaventuranzas han sido y serán siempre la receta infalible de la verdadera transfiguración del hombre y de la Humanidad. El hombre que se decide a vivir "con amor" la pobreza, la mansedumbre, la aceptación del dolor, la persecución, se "transfigurará" e irradiará luz a los demás. Las gentes de su lado dirán: "¡Qué bien estamos aquí!".
- El monte Calvario. ¿También es un Tabor esta montaña? ¡También, amigos, también! Es verdad que el Jesús de la cruz, como dijo Isaías, "parece más un gusano que un hombre; no hay en él belleza alguna". Pero ésa es precisamente la paradoja del Calvario: "Por la Cruz a la Luz". San Juan de la Cruz, especialista en oscuridades y muertes, escribió: "Aunque tinieblas padezco -en esta vida mortal- no es tan crecido mi mal –porque si de luz carezco- tengo vida celestial". Entienden por qué Pablo exclama: "¿Dónde está, muerte, tu victoria?".
- La montaña de la Ascensión.- Es el trampolín hacia todas las "transfiguraciones". La de Jesús y la nuestra. La de Jesús, porque, en ese momento salta "a aquella gloria que tuvo desde el principio", ya que nunca dejó de ser "Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios Verdadero". Tabor definitivo, pues, y completo

1 comentario:

Virginia dijo...

Percibo como una nueva invitación al Excelsior que estamos llamadas a vivir en nuestro día a día...subir montañas para encontrarLE radiante y magestuoso delante de nosotros...subir montañas para descubrir más y mejor la importancia de Su presencia en nuestras vidas...entregarnos en plenitud para reafirmar y testimoniar que solo con Él estamos bien...que nuestro día a día sea un continuo caminar por los caminos que nos lleven al encuentro profundo con Nuestro Señor y que esos mismos caminos se conviertan en signos de nuestra entrega por Él.
Cor unum et anima una!!!