jueves, 17 de septiembre de 2009

¡MALDITA IMPACIENCIA!, por JM Olaizola, SJ


¿Por qué no me llaman YA? ¿Por qué no me escriben AHORA mismo? ¿Por qué pasan días, o acaso semanas, sin que llegue la respuesta a mis anhelos, cuando la urgencia me muerde? Me siento, en ocasiones, como un animal enjaulado, nervioso, inquieto, desesperado.
Y lo peor es que la jaula tiene algo de irreal, de imposible, de tramposo.

Este mundo en directo nuestro tiene muchas ventajas. La facilidad para estar en contacto constante, a tiempo real, con todo el mundo, da calidad a nuestra vida y multiplica las posibilidades. Acorta las distancias y evita los adioses.
Permite estar siempre en contacto. ¿Cómo era el mundo sin Internet, sin móvil, sin correo electrónico? ¿Cuánto tardaba en llegar una carta? ¿Cómo era tener que localizar a alguien sin presuponer que siempre estamos disponibles? Cuesta acordarse ¡Qué rápido hemos entrado en estas dinámicas de lo inmediato!

Pero la inmediatez puede ser una promesa envenenada. Te acostumbras a tenerlo todo al momento. Y pierdes la costumbre de esperar, o de disfrutar de la memoria de los momentos buenos, porque demasiado pronto vuelves a pensar: “Quiero más”. “Lo quiero ya”. “Lo quiero ahora…” El mismo grito urgente que te impide aceptar con gusto la espera, cuando lo bueno se retrasa. Y el primer agobiado es uno mismo, incapaz de saborear la vida, engulléndola con un ansia que nunca se sacia.

Dice San Pablo que “el amor es paciente…” ¡Ojalá! Uno se siente a menudo impaciente, preso de las prisas, temeroso de los silencios, queriendo marcar los ritmos. Y la incapacidad para atesorar lo vivido es en parte inseguridad, en parte miedo y en parte falta de fe. Pero, en cualquier caso, duele, aprisiona y nos aboca a la tristeza. Creo que uno de los principales caminos hacia la libertad es ir cultivando esa capacidad para gustar despacio las cosas, para agradecer lo vivido o saber esperar lo que está por venir.

Cuesta dejar que se serenen los días. Pero es un aprendizaje muy necesario en este mundo de vértigo e inminencia. Así que, si agobia la urgencia, toca cerrar los ojos, respirar hondo, reírse un poco de la propia fragilidad y desprenderse de las cadenas con algo de estilo, buenas dosis de humor y una pizca de fe. ;-)

4 comentarios:

edith stein dijo...

A veces es la vida misma y sus circunstancias la que nos fuerza a practicar esa "capacidad de espera"... ¡Que Nuestro Señor nos ayude! ;-)

cristina dijo...

Señor, enséñanos tu capacidad de espera!...
Nuestro Dios es el maestro de la espera... ¡cuánto ha esperado, cuánto espera cada día por mí, por nosotros! Realmente el amor es paciente...
Ojalá sepamos vivir en espera ilusionada, confiada...

Aurora M. dijo...

Saber recordar que está en esas dosis de buen humor, el saber desprenderse de los miedos y cadenas que nos atan, sin faltar con que da el verdadero sabor la FE. la que nos impulsa a caminar incluso en aquellos momentos de desesperación, de no saber enteder que es lo que quieres de nosotros Señor... pero sea lo que sea siempre gane tu voluntad y no la mia.
Que sea la espera la consigna de este tiempo, la espera para caminar y con ese andar ir reconociendo que es lo que nos pides cada día.
El verdadero amor es paciente. Ojalá no lo olvide, ojalá nunca lo olvides, ojalá nunca lo olvidemos!

Cecilia dijo...

Tal vez la dificultad para la espera sea una de las causas de que nos parezca dificil LA ESPERANZA, esta virtud tan pequeña pero que es la quehace que avancen las dos mayores: la fe y la caridad.