El Evangelio es el libro de la vida del Señor, y está concebido para ser el libro de nuestra vida.
No está hecho para ser comprendido, sino para ser abordado como el umbral del misterio.
No está hecho para ser leído, sino para ser recibido en nosotros.
Cada una de sus palabras es espíritu y vida. Ágiles y libres, sólo esperan la avidez de nuestra alma para introducirse en ella.
Vivas, son como la levadura inicial que atacará nuestra masa y la hará fermentar en un modo de vida nuevo.
las palabras de los libros humanos se comprenden y se sopesan.
Las palabras del Evangelio se sufren y se soportan.
Las palabras de los libros las asimilamos. Las palabras del Evangelio nos modelan, nos modifican, nos asimilan, por así decirlo, a ellas.
Las palabras del Evangelio son milagrosas. No nos transforman, porque no les pedimos que lo hagan. [...]
Si bien se nos pide que simplifiquemos lo que nos parece complicado, en cambio, nunca se nos pide que compliquemos lo sencillo.
Cuando Jesús nos dice:"No reclames lo que has prestado" o "sea vuestro lenguaje sí, sí, no, no. Lo que pase de ahí procede del maligno", sólo nos pide que obedezcamos..., y no son los razonamientos los que nos ayudarán a hacerlo.
Lo que nos ayudará será llevar y "guardar" en nosotros, al calor de nuestra fe y de nuestra esperanza, la palabra a la que queremos obedecer. [...]
Cuando tengamos nuestro Evangelio en las manos, debemos pensar que en él habita el Verbo que quiere hacerse carne en nosotros, apoderarse de nosotros, para que con su corazón, insertado en el nuestro, con su espíritu unido a nuestro espíritu, reanudemos su vida en otro lugar, en otro tiempo, en otra sociedad humana.
Profundizar el Evangelio de esta manera supone renunciar a nuestra vida para recibir un destino que no tiene otra forma sino Cristo.
Madeleine Delbrel, "La alegría de creer"
viernes, 3 de junio de 2011
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1 comentario:
Conocer, vivir y amar intensamente el Evangelio!
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