
Al lado de la Iglesia se encuentra la casa de Pablo, un mercedario gallego que ha gastado en África 40 años de su vida, los últimos 6 en Ngovayang donde vive y trabaja diariamente para llevar adelante la misión. A tres minutos de allí está la casa de las Petit Soeurs de Jésus, la comunidad de religiosas de Foucauld que en Ngovayang reza y trabaja al servicio de los enfermos del hospital, de manera especial, del pueblo de la selva, los Bagueli.
Siguiendo uno cualquiera de los varios caminos que cruzan el terreno de la misión se llega a la carretera principal (pista de tierra, en buen estado cuando no llueve) y al otro lado de ésta se encuentra el internado de las niñas Badgeli que, de septiembre a junio, dejan sus campamentos para asistir a la escuela con los demás niños de Ngovayang.
Del 12 al 25 de julio, la misión católica de Ngovayang ha sido el lugar donde ha tomado forma y vida la experiencia de oración y servicio que se proponía como núcleo central del viaje a Camerún ofrecido a jóvenes universitarios con ganas de conocer la realidad de un país africano y de su gente para descubrir como Dios “habla y me-habla” a través de ella. Con Marta, Mar, Mónica, Paoline, Cathy, Jeanne y los tres universitarios Joanna, Jonay y Nerea formamos la comunidad protagonista durante 14 días de esta experiencia de servicio a los pobres y más pequeños (en nuestro caso a los niños y niñas del Camp de Vacances en Ngovayang) y de oración, siguiendo el esquema de los Ejercicios Espirituales Ignacianos. Durante la segunda semana el Padre Alfonso se unió a nosotros para acompañarnos y compartir su testimonio de tantos años de misión y de vida entregada a los chicos de la calle.

Terminado el Camp de Vacances dedicamos el último día a unas horas de retiro, oportunidad para volver a releer a la luz de la fe todas las vivencias de los días anteriores.
La experiencia de oración- servicio en Ngovayang ha sido un regalo (creo que es la palabra que mejor describe la alegría contagiosa de los niños del Camp de Vacances y tantas sonrisas recibidas, su capacidad para disfrutar con lo más humilde, la generosidad a la hora de compartir lo que tenían...).
Muchas veces cuando los observaba jugar con lo que fuera (una piedra y un palo en sus manos se transformaban en el mejor “juguete”) me venían a la mente las palabras de la oración de San Damián “los gozos sencillos son los más bellos, son los que, al final, son los más grandes” y pensaba que nunca había visto hacerlas tan reales como espontáneamente hacían ellos.

Uno de los momentos que más recuerdo fue el ofertorio de la misa del Domingo en la Parroquia en la que participamos con los niños del Camp de Vacances. La gente se levantaba para llevar al altar su ofrenda formando una fila en la que veías mezclarse edades y culturas. Una de las niñas bagueli del internado también se levantó para llevar al altar su ofrenda: en seguida me pregunté qué estaría llevando, pero luego me di cuenta de lo limitada que es nuestra mentalidad cuando mide un gesto tan coherente con lo que Nuestro Señor nos pide diariamente (levantarse y entregarse, más que esperar a que alguien venga a recoger tu oferta!) por el qué ofrezco en vez que por cómo lo ofrezco.
Como dijo Jeanne a los niños el último día del Camp “nosotras mañana volvemos a nuestras casas pero siempre vais a tener un lugar en nuestro corazón”, y es cierto que todo lo recibido en estos días será difícil de olvidar. Que Nuestro Señor bendiga a los rostros que en Ngovayang han sido parte de nuestra vida. Gracias a todos los que lo han hecho posible.
