
La realidad nunca nos deja indiferentes, o quizá mejor, nunca debería dejarnos indiferentes. Debería ponernos en nuestro "sitio" y darnos la clave para no convertir un problema del tamaño de un guisante en un problema del tamaño del globo terráqueo.
Cuando todavía no hemos asimilado la desgracia de Haití, otras muchas noticias nos han asaltado en nuestro día a día: inundaciones en el sur de España en las que la gente ha perdido todo aquello que había ganado con el esfuerzo del trabajo cotidiano; terremoto en Chile con nuevas fotos impactantes de edificios partidos por la mitad y con casi ya más de doscientos fallecidos...
Quizá el titular que le podríamos poner a toda esta realidad (por cierto, tan real como real es nuestra comodidad!) es el de: "La Cuaresma del mundo". Añadamos TODAS las realidades que conocemos de tantos miles y miles que no viven como nosotros. ¡Señor, cuánto dolor y sufrimiento real y permanente!
En un primer momento, casi uno se siente mal por vivir donde vive... pero los sentimientos de culpa nunca son fecundos, más bien son anestesiantes... y, en resumen, nada evangélicos.
En un segundo momento, me viene a la mente y me interpela en el corazón una de las frases de la M. Cecilia Cros: "No crearnos problemas ni creárselos a Jesucristo". Creo que la actualidad de estas palabras salta a la vista... suficientes problemas tiene Jesucristo con tanto dolor del mundo, como para que nosotros vayamos con nuestras "pequeñeces" puestas en una bandeja para que alguien nos las acaricie.
Nosotros no somos de los "preferidos" del Señor, porque esos hace ya dos mil años que son los pobres, los enfermos, los moribundos, los huérfanos, los trastornados... Nosotros somos de los invitados a estar junto al Señor pero para SERVIR como Él sirvió. Ese servicio, esa entrega, esa generosidad, ese perder la vida para que otros la tengan... y con el telón de fondo del sufrimiento de las tres cuartas partes del planeta, es lo que nos debería quemar y urgir por dentro.
Señor... de cuántas cosas me has librado! Señor... cuántas oportunidades me has dado! Pero... Señor... si no me pongo manos a la obra, temo el día en que nos veamos cara a cara porque tu mirada me dirá: "De tantas facilidades que a ti te di para poder servir a mis preferidos... ¿qué hiciste de ellas?"
Ojalá nos gastemos generosamente en bien de aquellos que nos rodean, sin crearnos problemas que, hoy por hoy, puestos en una portada de periódico, harían reir...