domingo, 14 de diciembre de 2008

"Juan no era la luz, sino la voz", por Daniel Padilla

Juan "no era la luz, sino testigo de la luz". ¡Y bien que se lo sabía! Por eso, cuando los fariseos, entre asombrados y curiosos, le preguntaron "tú, ¿quién eres?", él les dijo: "¡La voz!" ¡Bien poca cosa! ¡Puro sonido, aire, caja de resonancia, instrumento, pregón de Alguien cuya silueta él trataba de bosquejar y anunciar! ¡Papel de paso! ¡De entrada y salida! Por eso, añadía: "Detrás de mí viene uno que es mayor que yo, al cual yo no soy digno de desatarle las sandalias". ¡Actor secundario, por tanto, de ésos que hacen "mutis por el foro", cuando llega el Protagonista! Yo no sé, amigos, si hemos llegado a calibrar toda la hondura y ejemplaridad de la figura de Juan. Pero creo que su vigor y su humildad hacen de él, el modelo perfecto. El cristiano consciente de su ministerio profético, tiene que "anunciar a Jesús". Pero, tratando de evitar, como Juan, dos extremos: uno, por exceso; y otro, por defecto.
Por exceso.- El padre que sabe que "es el primer educador en la fe de su hijo", el catequista, el predicador, anunciamos a Cristo, qué duda cabe. Pero se me ocurre que podemos caer, más de una vez, o en el divismo, o en la escenografía desorientante. En el divismo, si nuestro testimonio de Cristo se apoya "en palabras y posturas de sabiduría demasiado humanas". Si nuestros argumentos parten con exceso del convencimiento de que "yo soy el maestro", el que "enseña", por tanto, lo que yo diga "verdad es". Si, en una palabra, no pienso que yo también debo ser evangelizado, catequizado, alguien que ha de dejarse inundar por la luz. Y podemos caer también en la escenografía distrayente. Bien están, por supuesto, los signos y los símbolos. Bien están todos los medios audiovisuales y de comunicación. Pero uno tiene la sensación de que, con tanto montaje y proliferación de "cantos nuevos", tanta representación escénica y desfile de participantes, puede diluirse el verdadero mensaje de Jesús, puede quedar velada la luz verdadera entre nuestros escenarios y cortinajes.
Por defecto.- Podemos también pecar por defecto. Si pensamos demasiado que "Jesús lo es todo y yo no soy nada", que "El es la luz" y yo un "cero a la izquierda" y, además, opaco, puedo caer en la vagancia, en la tranquila desgana, en el abandono más irresponsable, en el colmo de los colmos que es la "no correspondencia a la gracia" de nuestra indudable vocación profética. Peligroso puede ser construir una homilía retórica y altísima, y "soltarla" de memoria. Pero más peligroso será no prepararla y no reflexionar sobre los textos sagrados que tengo que proclamar y servir. Erróneo puede resultar dictar unas normas "de libros" y "de carrerilla", sobre conducta humana, a los hijos. Pero más erróneo será creer que la moralidad y la conducta van a surgir en ellos "por generación espontánea". Tan eclipse de la luz puede ser el querer reinventarlo todo, basándonos en nuestra "reconocida sapiencia y experiencia", como ir a la catequesis, o al ambón, o al diálogo con los hijos, "como una tabla rasa", a lo que salga, echando al azar los dados al aire.
Juan sabía que "no era la luz". Por eso decía: "Yo no soy el Mesías". Pero también sabía que no podía cruzarse de brazos ante la continua llegada del Señor, sino que tenía que anunciarle. Y por eso decía: "Soy la voz que clama...". ¡La voz! Y ¡qué voz!

2 comentarios:

Virginia dijo...

Tampoco nosotras podemos quedarnos de brazos cruzados, porque todas y cada una hemos recibido una llamada y con ella un compromiso y simplemente va a pasar por "dar testimonio de Aquel y aquello que nos alegra el corazón". La alegría del corazón es la certeza interior de sabernos amadas por Nuestro Señor. Pues que así sea!!!...
Cor unum et anima una!

Aurora dijo...

A veces me pregunto ¿qué anunciamos?¿yo también: "no soy digna de desatarle la sandalia a nuestro señor"? Tal vez nuestra humanidad nos aleje del adviento, tal vez del desierto, pero lo que es seguro es que cada una ha recibido lo mismo o más, y que ha de ser un compromiso el clamar en el desierto, como mínimo con voz enamorada.